Cuenta Giacomo Casanova que la víspera de su nacimiento tuvo su madre un gran antojo de cangrejos, y que
fue bajo el signo de ese fuerte y especiado plato como comenzó su gran aventura en este mundo. De niño, sin embargo,
fue tan enclenque y enfermizo que se temió que no llegara a alcanzar la pubertad. Craso error, pues el célebre
aventurero veneciano crecería y crecería hasta alcanzar proporciones casi gigantescas y llegaría a desarrollar un
apetito tan feroz que causaba asombro en cuantos lo veían comer.