Su obra es un crisol en el que se dan cita algunas aporías de las que aún no hemos podido desembarazarnos,
puesto que constituyen las entrañas de la modernidad: la antítesis entre determinismo y autodeterminación, la tensión
entre nacionalismo y cosmopolitismo, entre Estado y cultura, entre constitucionalismo y carisma, la dialéctica entre lo
público y lo privado, la atracción y repulsión entre masas y elites, o la conexión endémica entre división del trabajo
-con la consiguiente especialización profesional y científica- y alienación.
Situado en el quicio entre la Ilustración y el Romanticismo, Johann Gottlieb Fichte (1792-1814)
fue una de las estrellas fulgurantes, junto a Schelling y a Hegel, del llamado Idealismo alemán. Bajo el inicial
embrujo de la Filosofía kantiana y de la Revolución Francesa, forjó un sistema que deslumbra por su ambición, pues a
partir de un único primer principio -la libertad-, quiso derivar todos los saberes sustantivos para la humanidad
(derecho, ética, religión, política, estética, filosofía de la historia, pedagogía, filosofía de la naturaleza...).