GUINOT RODRÍGUEZ, JOSÉ LUIS
Si hay alguna palabra que genere miedo, ésta no es otra que cáncer y su sola mención nos angustia: el temor que sentimos ante algo desconocido, incontrolable y capaz de deshacer la vida es tal, que huimos de todo lo que nos lo pueda recordar. Todos conocemos a alguien que ha tenido o tiene un cáncer y hemos vivido situaciones en las que tanto el paciente como los familiares se debaten entre el miedo a perder la batalla y la esperanza de vencerla. Sin embargo, la falta de información Ileva muchas veces a conclusiones erróneas, a temores infundados y a incrementar la angustia del paciente en vez de proporcionarle el consuelo y el cariño necesarios. Es necesario partir del hecho de que el cáncer no es una situación estática, que ocurre una vez, se trata y se olvida: es una experiencia vital, dinámica y cambiante, que genera estados de ánimo variables y que evoluciona de formas no siempre previsibles. El miedo a lo desconocido surge repetidamente, e incluso vuelve a aparecer ante cambios inesperados, cuando ya se creía superado. Entre el miedo y la esperanza presenta las etapas por las que atraviesa el paciente con cáncer, describe los complejos tratamientos que se utilizan en oncología y descubre los sentimientos que afloran en cada momento. El doctor José Luis Guinot jefe clínico de Oncología Radioterápica confirma con su texto que cada vez hay más motivos para la esperanza, tanto por las posibilidades reales de curación como por la capacidad de vencer el dolor, transformar el sufrimiento y darle un sentido a esta experiencia.
José Luis Guinot Rodríguez es especialista en Oncología Radioterápica en el Hospital La Fe de Valencia. Ha trabajado en el Institut Catalá d'Oncologia (ICO) y en el Instituto Valenciano de Oncologia, donde es jefe clínico del Servicio de Oncología Radioterápica. Es vicepresidente de la Asociación Viktor E. Frankl, " para el apoyo emocional en la enfermedad, el sufrimiento y ante la muerte " , de Valencia. Imparte cursos para ayudar a afrontar el cáncer, talleres para familiares de pacientes con cáncer, seminarios y conferencias. Es autor de " Entre el miedo y la esperanza. La experiencia de afrontar un cáncer " .
José Miguel Pueyo
Quizá el doctor Antonio Damasio ha olvidado que lo que afirma, algo al menos y no trivial, no es suyo sino de Freud. Así puede leerse en La Contra de «La Vanguardia», Sábado, 9 de octubre de 2010, “Hemos inventado la otra vida como paliativo para el dolor causado por esa destrucción del vínculo entre humanos…” Freudiano, demasiado freudiano, como diría el filósofo bávaro que no quiso serlo, Friedrich Nietzsche, pues esa idea se recoge en El malestar en la cultura, 1929 (1930) del primer psicoanalista. Damasio, a imitación de Michel Onfray, y tal vez en el anhelo también de hacerse un nombre, se atreve con una obviedad de peso y un no menor error epistemológico, “Freud fue pionero en la investigación del inconsciente, aunque el psicoanálisis no sirva para curar una enfermedad mental grave”, afirmación que recoge su creencia en las virtudes de esa nueva entelequia que responde al nombre de Neuropsicoanálisis.
Lo peor, empero, no procede de las neurociencias. Se trata siempre, como es habitual en el devenir de los hombres, de sus agentes. Es decir, proviene de aquellos que no han sabido, no han podido o no les ha interesado separar la ideología que caracteriza a las concepciones del mundo, cobijadas en el rubro de la ciencia o en la filosofía, de la singularidad del sujeto. Es conocido el número, no mayor, de los que han superado el discurso del amo, esto es, la imposición de ideales, ya sean en forma de ideas o de objetos, al otro. El saber de amo está destinado a obviar la causa del malestar y la responsabilidad del sujeto en aquello de lo que se queja. La demagogia es veneno que se traga sin agua, así es en no pocos casos. La culpa neurótica suele ser entusiasta del discurso del amo, no pocas veces lo aplaude, es su abanderada. Razones hay para ello, casi siempre inconscientes y, en ocasiones, no tan loables como sin duda ese mismo sujeto desearía. Pero siempre, he aquí lo subrayable, se elude la verdad de la novela familiar, también la del ideólogo, en favor de las imposiciones del Bien Supremo que se entiende necesario para el afligido, angustiado y/o inseguro sujeto. El pensamiento del prestigioso neurólogo portugués sin duda es otro, diplomático como es bien conocido, pero no por eso permite, así lo creo, que advenga la verdad del Otro, el decir del inconsciente que habita al sujeto descubierto por Freud. En cualquier caso, apostar sin más por los genes, los neurotransmisores o las técnicas cognitivo-conductuales (TCC) es hacerlo por el antihumanismo, evidencia de lo cual es la patética reducción que se hace de sujeto humano.
El narcisismo y las identificaciones edípicas no resueltas, sin entran en factores más prosaicos, determinan la actividad del amo antiguo y moderno, de cuantos proponen lenitivos de toda clase y condición, desde estimulantes hasta la religión pasando por el yoga, el deporte y el arte, esto es, apoyaturas denunciadas por Freud en el texto mencionado. Ese modo de proceder muestra a las claras la frivolidad clínica, epistemológica y ética del amo, pues más pronto que tarde los paliativos se revelan lesivos para la inteligencia y la vida afectiva y aun de relación del sujeto que ha puesto su malestar en manos del ideólogo, en manos de un individuo que si algo conoce bien es dar la espalda a la verdad de la historia del sujeto que tan humanitariamente pretende defender.
Suprimir al psicoanálisis es exterminar al sujeto, y, por lo mismo, opino que no es prudente y sí grave temeridad dejarse mecer por quienes se llenan la boca con la materialidad biológica o con discursos que exudan demagogia, peroratas que, en ocasiones, no queriéndose religiosas no logran transcender el imaginario saber que conforma no poco de lo que se conoce como cultura.
José Miguel Pueyo
Quizá el doctor Antonio Damasio ha olvidado que lo que afirma, algo al menos y no trivial, no es suyo sino de Freud. Así puede leerse en La Contra de «La Vanguardia», Sábado, 9 de octubre de 2010, “Hemos inventado la otra vida como paliativo para el dolor causado por esa destrucción del vínculo entre humanos…” Freudiano, demasiado freudiano, como diría el filósofo bávaro que no quiso serlo, Friedrich Nietzsche, pues esa idea se recoge en El malestar en la cultura, 1929 (1930) del primer psicoanalista. Damasio, a imitación de Michel Onfray, y tal vez en el anhelo también de hacerse un nombre, se atreve con una obviedad de peso y un no menor error epistemológico, “Freud fue pionero en la investigación del inconsciente, aunque el psicoanálisis no sirva para curar una enfermedad mental grave”, afirmación que recoge su creencia en las virtudes de esa nueva entelequia que responde al nombre de Neuropsicoanálisis.
Lo peor, empero, no procede de las neurociencias. Se trata siempre, como es habitual en el devenir de los hombres, de sus agentes. Es decir, proviene de aquellos que no han sabido, no han podido o no les ha interesado separar la ideología que caracteriza a las concepciones del mundo, cobijadas en el rubro de la ciencia o en la filosofía, de la singularidad del sujeto. Es conocido el número, no mayor, de los que han superado el discurso del amo, esto es, la imposición de ideales, ya sean en forma de ideas o de objetos, al otro. El saber de amo está destinado a obviar la causa del malestar y la responsabilidad del sujeto en aquello de lo que se queja. La demagogia es veneno que se traga sin agua, así es en no pocos casos. La culpa neurótica suele ser entusiasta del discurso del amo, no pocas veces lo aplaude, es su abanderada. Razones hay para ello, casi siempre inconscientes y, en ocasiones, no tan loables como sin duda ese mismo sujeto desearía. Pero siempre, he aquí lo subrayable, se elude la verdad de la novela familiar, también la del ideólogo, en favor de las imposiciones del Bien Supremo que se entiende necesario para el afligido, angustiado y/o inseguro sujeto. El pensamiento del prestigioso neurólogo portugués sin duda es otro, diplomático como es bien conocido, pero no por eso permite, así lo creo, que advenga la verdad del Otro, el decir del inconsciente que habita al sujeto descubierto por Freud. En cualquier caso, apostar sin más por los genes, los neurotransmisores o las técnicas cognitivo-conductuales (TCC) es hacerlo por el antihumanismo, evidencia de lo cual es la patética reducción que se hace de sujeto humano.
El narcisismo y las identificaciones edípicas no resueltas, sin entran en factores más prosaicos, determinan la actividad del amo antiguo y moderno, de cuantos proponen lenitivos de toda clase y condición, desde estimulantes hasta la religión pasando por el yoga, el deporte y el arte, esto es, apoyaturas denunciadas por Freud en el texto mencionado. Ese modo de proceder muestra a las claras la frivolidad clínica, epistemológica y ética del amo, pues más pronto que tarde los paliativos se revelan lesivos para la inteligencia y la vida afectiva y aun de relación del sujeto que ha puesto su malestar en manos del ideólogo, en manos de un individuo que si algo conoce bien es dar la espalda a la verdad de la historia del sujeto que tan humanitariamente pretende defender.
Suprimir al psicoanálisis es exterminar al sujeto, y, por lo mismo, opino que no es prudente y sí grave temeridad dejarse mecer por quienes se llenan la boca con la materialidad biológica o con discursos que exudan demagogia, peroratas que, en ocasiones, no queriéndose religiosas no logran transcender el imaginario saber que conforma no poco de lo que se conoce como cultura.