Por más que "Las confesiones de un alma bella" constituyan un texto de carácter literario, en él se encierra un indudable interés filosófico, al menos a juzgar por la extensión del concepto de «alma bella» en la filosofía del siglo xviii. Puede encontrarse, por ejemplo, en Rousseau, Zinzendorf, Hemsterhuis o Wieland y más tarde en Hegel y Schiller, además del mismo Goethe. No obstante su origen ha de remontarse hasta Platón. La historia del concepto es curiosa: de Platón pasa a Plotino, de Plotino a san Agustín y de aquí a la mística alemana de la baja Edad Media y a la literatura religiosa española de los siglos xvi y xvii.
Pero, ¿qué es un «alma bella»? En general, y prescindiendo de los muchos y sutiles matices que tiene la cuestión, un «alma bella» es aquella que tiende al bien por sí misma, por naturaleza y sin aparente esfuerzo ni contradicción consigo misma. Se trata, pues, de una categoría moral, pero que se expresa con terminología estética: unir lo bello y lo bueno, según el viejo ideal griego, superando, de paso, la escisión entre naturaleza y libertad. Desde este punto de vista, es interesante señalar que las «bellas almas» suelen ser mujeres, que en sí mismas reconcilian inclinación y deber, naturaleza y libertad, pero no para sí mismas, sino especularmente para el varón que se ve reflejado en ellas, y que sobre ellas escribe «bellas» obras literarias. Además de las obvias resonancias que para una crítica feminista pueda tener esta mixtificación de lo femenino, la categoría de «alma bella» permite igualmente comprender algunas claves de la mixtificación esteticista del romanticismo y del clasicismo decimonónico. Y todo ello a través de la fina mirada psicológica de una pluma como la de Goethe, en la que la tensión filosófica que acumula la idea queda amansada y reconducida por la sutileza de una literatura en la que el "concepto" de «alma bella» se hace "intuición".
JOHANN WOLFGANG GOETHE (1749-1832) fue un hombre de saber enciclopédico, que con su vasta obra, que abarca desde poesía hasta tratados científicos, rompió con la encorsetada tradición de la Ilustración y abrió las puertas al movimiento romántico. Tras pasar su infancia y adolescencia en Fráncfort del Meno arropado por una familia de cierto estatus social y político, se trasladó primero a Leipzig y luego a Estrasburgo para estudiar Derecho. Durante su etapa universitaria, Goethe empezó a escribir. Se inició con la poesía, pero no se limitó a ella, también hizo incursiones en el ensayo y en el teatro (Götz von Berlichingen, 1771), y colaboró con una revista de su ciudad natal. En 1774, en apenas un mes, escribió Las penas del joven Werther. . Al año siguiente de su Werther el duque Carlos Augusto de Sajonia le invitó a que se estableciera en la corte de Weimar, donde ejerció diversos cargos a lo largo de su vida. Goethe fijó su residencia definitiva en Weimar, aunque realizó constantes viajes, el más largo de ellos el de dos años (1786-1788) que le llevó a diferentes ciudades italianas y durante el cual escribió los dramas Ifigenia en Táuride, Egmont y buena parte de Torquato Tasso. También durante su larga estancia en Italia empezaría a trabajar en su Fausto, obra cumbre de la literatura universal, cuya gestación se prolongaría prácticamente hasta el final de su vida (la primera parte vio la luz en 1806 y la segunda en 1831, un año antes de su muerte). Entre sus obras posteriores destacaron sobre todo sus novelas Años de aprendizaje de Wilhelm Meister (1796), Germán y Dorotea (1798), Las afinidades electivas (1809) y Años de peregrinaje de Wilhelm Meister (1821