MOLINA LOURDES / PEREA RODRIGUEZ, SAMUEL
Hay muros muy altos que los humanos nos empañamos en levantar para defendernos de los
demás, de los que creemos nosotros que son diferentes, sin pensar que el mundo sólo está
inundado de gente como nosotros. Nunca me he sentido diferente a otro ser humano; todos
nacemos de una madre e inmediatamente después emprendemos la marcha por el único
camino que nos lleva al lugar donde descansan todos aquellos que creen ser o haber sido
imprescindibles.
Pero, sin embargo, en ese camino, en ese viaje hay algo que llevamos muy a cuestas, algo que
nos produce una inmensa alegría heredada de nuestros antepasados: la comida, aquellos
sabores con los que crecimos y que nos unen de forma perpetua a momentos inolvidables.
La comida siempre ha estado ligada a la recompensa de nuestro esfuerzo, a veces mal
recompensada, pero es verdad que por escasa que esta fuera, siempre fue motivo de
agradecimiento y de alegría. Otra de sus virtudes es que, al compartirla con los demás, es
capaz de derribar aquellos muros que levantamos y hacernos pensar que esta tierra, con sus
bosques de olivares y sus sembrados, el agua de sus ríos, las nubes y el viento o los animales,
no se plantean servir mejor a unos o a otros por razones de raza, creencias o culturas.
En Teba la gastronomía, el arte de cocinar, se convierte en un puente grande donde podemos
transitar libremente y reconocernos como humanos. Esta prodigiosa circunstancia es la que se
produce cada día en este pueblo entrañable de la ribera del Guadalteba, donde todos sus
habitantes se han puesto de acuerdo para ofrecer al mundo un regalo cargado de historia, de
sabor, aromas y sentimientos.
Doy fe.
Samuel Perea