En el año 64 a. C., Marco Tulio Cicerón inició la campaña electoral para el consulado romano. Su hermano pequeño, Quinto, se entretuvo en describirle de qué argucias debía servirse para poder ganarse el fervor de los votantes. Lo cierto es que, en julio de 64, obtuvo la unanimidad de las centurias y el cargo al que optaba, quién sabe si gracias a haber puesto en práctica los sabios consejos de su hermano. No deja de ser curioso que, veinte siglos más tarde, las recomendaciones del pequeño de los Cicerón sigan siendo sorprendentemente válidas. Giulio Andreotti observó con justeza que su autor, al escribir la carta que hoy presentamos, ?no pudo imaginarse que su breve tratado pudiese ser leído a más de dos mil años de distancia y resultar extraordinariamente interesante, no sólo como documento histórico y literario, sino también por una especie de imprevisible actualidad en los hechos que describe?.
La figura de Marco Tulio Cicerón (106-43 a.C) constituye, sin lugar a dudas, una de las más relevantes de cuantas nos haya legado la Antigüedad clásica. Nacido en el seno de una familia perteneciente a la nobleza de Arpino, recibió una formación completa en Grecia y Roma que, combinada con su inusual capacidad oratoria y un brillante dominio del lenguaje, le llevó a ser un político republicano prominente, el más destacado abogado de su tiempo, un reputado pensador y un escritor que es el paradigma de la perfección de la lengua latina. Marco Tulio Cicerón es el escritor romano de época clásica del que mayor cantidad de escritos se han podido leer en los veinte largos siglos que han seguido a su muerte.