VERLAINE, PAUL / AOIZ, MARÍA JOSÉ (Ilustración)
Las páginas que van a leer, desbordantes de vivacidad y frescura, fueron escritas, sin embargo, en una cama del hospital Broussais por un hombre prácticamente inválido, artrítico, diabético, sifilítico, y que arrastra un alcoholismo –célebre, hay que decir– desde tiempo inmemorial. Para completar la imagen, añadan las típicas placas rojizas en la piel debido a una erisipela infecciosa.
Sí, morirá pronto. Pero para los jóvenes escritores que van a visitarlo, a veces frunciendo la nariz ante el desorden, es el mayor poeta francés vivo.
Sin embargo, después de estos Quince días en Holanda, conocerá momentos de fama: conferencias en Bélgica y Londres, publicaciones remuneradas –al fin–, e incluso una candidatura a la Académie Française.
Llévense este libro en su propio viaje a Holanda y hágannos saber lo que se siente al leer ideas y descripciones del pasado en un lugar y un espacio del presente.
Nacido en Metz (Francia) el 30 de marzo de 1844, se desvió prontamente de la correcta senda que le hubiera correspondido como vástago de una familia de la pequeña burguesía francesa, abrazando una turbulenta vida de hombre de letras, sin vocación para otro menester. Durante algunos años compaginó su trabajo como escribiente en el ayuntamiento de París con la vida literaria, frecuentando cafés y tertulias donde se codeó con otros escritores. Su primera obra, Poemas saturnianos, sería publicada en 1866, mostrando la impronta que la poesía de Baudelaire le había causado. Años después contraería matrimonio con Mathilde Mauté, a quien abandonó al llegar a su vida el poeta Arthur Rimbaud, con el que vivió un romance que llevaría a Verlaine a prisión en 1873. En esta etapa de madurez publicaría Romanzas sin palabras (1874), poemario al que seguirán obras tan memorables como Los poetas malditos (1884). Como representante del decadentismo, murió en 1896 a causa de una sobredosis, marcando su poesía el fin de un siglo; dos años antes había sido elegido «Príncipe de los poetas».