GARRIGUES, EDUARDO
Cuando España declaró en 1779 la guerra contra Gran Bretaña para ayudar a los Estados Unidos a ganar su independencia, el rey Carlos III le encomendó a Bernardo de Gálvez la difícil misión de recuperar las fortalezas de los ingleses en el Golfo de México, de las que la más importante y mejor defendida era la plaza de Pensacola.
Pero cuando Gálvez consiguió desembarcar sus tropas en las inmediaciones de esa plaza, el comandante de la flota, el capitán Calvo de Irazábal, se negó a que sus buques entrasen en la bahía por temor al fuego de las baterías inglesas.
Decidido a jugarse el todo por el todo, Gálvez le mandó al capitán Calvo este mensaje:
Una bala de cañón de a treinta y dos recogida en el campamento, que conduzco y presento, es de las que reparte el fuerte de la entrada. El que tenga honor y valor que me siga. Yo voy por delante con el Galveztown para quitarle el miedo.
A lo que Calvo de Irazábal contestó:
El general es un audaz malcriado, traidor al rey y a la patria, y el insulto que acaba de hacer a mi persona y a todo el cuerpo de marina lo pondrá a los pies del rey. El cobarde lo es él, que tiene los cañones por culata.
A continuación, Bernardo de Gálvez entró en solitario en la bahía bajo el fuego de las baterías inglesas, una hazaña que Eduardo Garrigues cuenta con maestría en una novela donde también aparecen historias de espionaje, intrigas diplomáticas, escándalos de contrabando y una relación apasionada con la bella criolla Felicitas St Maxent.
Eduardo Garrigues ha sabido compatibilizar la carrera diplomática con su vocación literaria y su pasión por los grandes espacios.
Los vibrantes paisajes del continente africano le han servido de marco para desarrollar Lluvias de hierba (publicada por Mc Millan y Planeta) y La Dama de Duwisib (mr), cuya protagonista, Jayta Humphreys, llega al Sudoeste africano en busca de la soledad de una finca en el desierto y se encuentra atrapada en el conflicto entre la población nativa y la sociedad blanca, que quiere mantener a toda costa los privilegios del sistema colonial.
Con El mal de África, Garrigues vuelve a los escenarios familiares del desierto del Kalahari y del sabor agridulce de las bebidas con que los antiguos señores coloniales ven desaparecer un mundo pintoresco y privilegiado cada vez que la bola del sol se hunde en el horizonte. En una relato que se sitúa en un fascinante equilibrio entre el mundo de la fantasía y el de la más cruda realidad, el narrador se pregunta si lo que se conoce como el «mal de África» podría consistir solo en la intensificación de la percepción sensorial combinada con un embotamiento progresivo de la capacidad intelectual.