ERASMO DE ROTTERDAM
Desiderio Erasmo, más conocido como Erasmo de Rotterdam (14671536), uno de los personajes más influyentes en la Europa de su época, escribió Elogio de la locura en un contexto social y cultural convulsionado por la lucha entre la tradición medieval y las nuevas premisas que apuntaba el humanismo. A lo largo de esta obra que Erasmo dedica a su amigo Tomás Moro, parece querer convencer al mundo de que la Insensatez, la Estulticia o la Locura son el origen de todas las bondades, diversiones y deleites que el ser humano disfruta. Acompañadas de la ebriedad, la adulación, la pereza, la ignorancia..., reclama sus méritos con desfachatez y gracia, en un discurso impregnado de ironía. Pero ¿qué pretende Erasmo con este elogio ? ¿Qué esconde? ¿En qué consiste este juego de ingenio? ¿Es todo una burla? En Elogio de la locura Erasmo crea un espejismo seductor y contundente que, impregnado del humanismo cristiano que preconizaba, le sirve de excusa para describir la necedad del mundo y arremeter a dentelladas contra todo lo humano y lo divino. Erasmo supo expresar con gran talento literario y con amplísimo saber los cansancios, las esperanzas, las dudas, las ambigüedades de una época turbada e incierta, pero son tantos los juicios contradictorios que expone en su obra, tan diversas las actitudes que despertó entre los hombres más insignes de su tiempo, que sus contemporáneos no llegaron a concluir nunca una síntesis final de su pensamiento.
Erasmo de Rotterdam (1466-1526) se hizo celebre en el siglo XVI por sus críticas mordaces hacia los gobernantes civiles, el clero y la superstición religiosa. Profesor en la Universidad de Cambridge, su célebre Elogio de la locura se mofa de la iglesia y del Estado. Como humanista católico, fue partidario de la educación religiosa y bíblica encaminada a una fe simple, accesible a todos. Estas ideas influyeron enormemente en las ideas de Martín Lutero o Ulrich Zwingli. Sin embargo, Erasmo estaba en desacuerdo con la Reforma, ya que, según él, estaba alejada de la moral del buen cristiano, opinión que compartía con su amigo Tomás Moro.