CONAN DOYLE, ARTHUR / FLORES, ENRIQUE (Ilustración)
Los últimos años de la vida de Holmes, una época de cambio, se caracterizaron por un talante reflexivo y melancólico poco habitual en él. Sabemos que padeció una enfermedad y que abrió su corazón a un doctor Watson ya «reumático y envejecido». Si en la tumba de Conan Doyle figura el siguiente epitafio: «Temple de acero, rectitud de espada», cabe imaginar que al propio autor le hubiera gustado grabar uno semejante en la de Sherlock Holmes. O quizá lo ocultó sencillamente porque, para coronar la gloria de su detective, le bastaba atestiguar que Holmes, mientras enviaba su último saludo desde el escenario, desde su retiro de sesentón escribía un Manual de apicultura.
El éxito y la popularidad conseguidos con sus personales - Sherlock Holmes, Watson, el profesor Challenger o el brigadier Gérard - inclinaron hacia la literatura al novelista británico sir Arthur Conan Doyle (1859-1930), médico de profesión. Sin embargo, desempeñó tareas sanitarias dentro del ejército en la campaña de Sudán y en la guerra de los bóers. Además de renovar el género policiaco, creó novelas de anticipación como El mundo perdido.