CONRAD, JOSEPH
Un hombre vuelve del trabajo al hogar y se encuentra una carta de su mujer anunciándole que lo abandona. Pero al poco ella regresa a casa. Ésta es la trama, desnuda y descarnada de este libro. «El regreso», incluido en el libro Cuentos de inquietud (1898), insólita obra de Joseph Conrad por su intimismo y el decorado «a puerta cerrada» en que se desarrolla, presenta un doble interés, psicológico y social. La tensión mental extrema de una pareja al borde de la ruptura, su crispación y su reserva, son el eje sobre que el que gravita este drama de la vida burguesa. En todo momento el malestar alcanza al lector de este «anticulebrón» (convertido en una bellísima película dirigida por Patrice Chéreau, con Isabelle Huppert, que obtuvo el premio de interpretación en Venecia) acerca del cual Ford Madox Ford escribió: «Es un historia de incomprensión conyugal casi obscena que sólo nos atrevemos a mirar como a hurtadillas, en secreto...». Un libro inquietante, una certera radiografía de la desazón que anida en algo tan cotidiano como puede ser la infidelidad, y que al mismo tiempo abre las puertas del propio infierno. ese infierno que quizá somos nosotros mismos
Joseph Conrad (Józef Teodor Konrad Korzeniowski, 1857-1924) De origen polaco, perdió a sus padres cuando era niño y con sólo 17 años se embarcó por primera vez en Francia para iniciar su aprendizaje en la marina mercante. En 1886 obtuvo la nacionalidad británica y, ocho años después, abandonó la marina para dedicarse en exclusiva a la literatura. Pronto se convirtió en uno de los escritores fundamentales de la literatura inglesa, con grandes éxitos como El negro del Narcissus, El corazón de las tinieblas, Lord Jim, Tifón, El agente secreto, Victoria y Entre la tierra y el mar (Belacqva, 2006), entre otros. Cuando murió, había tenido tiempo de contrabandear armas para los revolucionarios carlistas en España, de viajar desde el archipiélago malayo hasta la costa caribe de Colombia, de tener dos hijos y escribir más de veinte libros, de ser admirado por Henry James y por André Gide, de negarse a recibir los máximos honores de la Corona Británica y de cambiar para siempre el arte de la novela.