FERNÁNDEZ DE AVELLANEDA, ALONSO
Censurada a golpe de tijeras primero, cuando circuló durante un siglo falta de cinco capítulos y, luego, vilipendiada y silenciada por los cervantistas de cuño romántico que ven en la imitación renacentista y barroca el estigma sospechosamente moderno de «falta de originalidad» y la burda sospecha de «plagio», del Don Quijote de Avellaneda se ha escrito mucho y se ha leído poco. Forma, sin embargo, parte ineludible del corpus quijotesco y su lectura, además de amena, es imprescindible para comprender a fondo la obra de Cervantes que, en la Segunda Parte de su Quijote, imita a su imitador además de responderle. Hasta sus detractores, cuando han sabido leer, han reconocido que «el decir de Avellaneda es terso y fácil. su narración clara y despejada [...]. el chiste es grosero pero abundantísimo y espontáneo. la fuerza cómica, brutal, pero innegable». En su prólogo a esta edición, que quiere traer aire fresco a las celebraciones acartonadas del IV Centenario, José Antonio Millán propone: «Al lector desprejuiciado y curioso (el lector por antonomasia) que se acerque a esta obra le espera una sorpresa. Desde las primeras páginas se verá ante una obra bien escrita, muy divertida, desvergonzada... y asombrosamente respetuosa con la de Cervantes. Respetuosa porque es perfectamente coherente con el hilo argumental de la primera entrega». A leer entonces, que para eso se han hecho los libros.
Alonso Fernández de Avellaneda es el seudónimo del autor del libro conocido como el Quijote de Avellaneda, publicado, según su pie de imprenta falso, en Tarragona el año de 1614. Hasta el momento, no hay un acuerdo sobre su identidad, aunque se ha propuesto una serie de posibilidades.