La mayoría de las reflexiones sobre el arte remiten a los gustos que imperan en una época. A ello contribuyen también las academias y los expertos en estética. Por esa razón, adentrarse en el territorio de la belleza resulta muy arriesgado si se elige como guía a un poco conocido matemático ruso, que vivió en el primer tercio del siglo XX e hizo del icono la clave interpretativa de la estética. En su obra El iconostasio, Florenski propone entender y configurar el mundo desde el arte, proporcionando aquellos materiales que pueden servir para elaborar una teoría estética integral. El icono, como expresión artística accesible a todos, le permite abordar los temas más complejos.
Pável Florenski (1882-1937) pertenecía a un género extraño de hombre universal. Su itinerario intelectual se inició en el mundo de la ciencia -se graduó en el departamento de Física de la Universidad de Moscú en 1904-, pasó luego por la filosofía, las matemáticas o la historia del arte y, aunque terminó finalmente en el de la teología, mantuvo siempre abiertas todas y cada una de estas puertas. Con la llegada de la Revolución, se enroló en la nueva academia del VKhUTEMAS, donde impartió sus clases de perspectiva junto a grandes maestros del constructivismo como Rodchenko y Stepanova. En 1933 fue arrestado, acusado de conspiración y entró preso en un gulag de Siberia, donde sería ejecutado cuatro años más tarde.