Pueden pasar inadvertidos, pero los emigrantes están ahí. Anónimos, habitan la ciudad y cumplen eficaces sus trabajos, sea en la cocina de un hospital o la limpieza doméstica para una estrella de cine. A Londres arribaron con su reserva de nostalgia. unos volvieron cuando se les agotó, otros se quedaron e hicieron suyo el plano de las calles. Los londinenses jamás salen de casa sin él: el A Z , la guía de Londres, detalla la posición de las calles de la ciudad y sirve de orientación por esa constelación de barrios donde siempre existe la tentación de dejarse perder para atisbar el bullicio vital que fluye por sus arterias. Pero hasta el cartógrafo más preciso sabe que entre los mapas y aquello que representan se puede abrir un hueco por el que se cuela lo inesperado. Entonces, debemos valernos de la intuición y la memoria para encontrar el camino correcto en un laberinto que nos lleva y trae a su antojo. Tomando como base el plano de Londres, el autor nos propone itinerarios en los que confluyen el poder de la evocación y la capacidad fabuladora, una guía sentimental en la que se pasea por la extrañeza de los emigrantes, se lee el graffiti que habla desde los trenes y se fuerza la posibilidad de vivir otra vida hasta convertirse en otro, sin olvidar el que siempre ha sido uno de los grandes temas de la literatura: el empeño por recuperar ese paraíso del que todos fuimos expulsados, la infancia.