Para los combatientes españoles que libraron las batallas y soportaron sus rigores y demandas, la guerra civil fue una cotidiana anormalidad que dio origen a su propio mundo autónomo de relaciones, sensaciones y temores. Hubo que adaptarse a sus circunstancias y, sobre todo, hubo que tratar de sobrevivir a sus riesgos y peligros, aun a costa de tener que matar para vivir, como demandaba la ley bélica imperante. El corolario moral de esa opción por la supervivencia propia lo recogía un dicho popular asturiano de la época (y quizá de antes): Nunca cuatro ojos lloraron al mismo tiempo . Las fotografías y documentos de esta exposición evocan con claridad meridiana que esa vida militar no estuvo compuesta ni exclusiva ni mayoritariamente por actos de guerra en sentido estricto (combates, avances, retiradas...) ni por sus derivaciones (desfiles, pase de revista, preparación de munición...). A su lado hubo momentos para la reflexión, para la conversación, para el afeitado y el aseo personal, para la redacción de cartas a la familia, para la lectura de cartas de la novia o esposa, para cantar en conjunto al compás de una guitarra, para jugar una partida de ajedrez, para cortejar a una enfermera, para restablecerse de las heridas en el hospital de campaña... Para todo lo que la vida humana societaria exige como complemento de la vida individual.
Doctor en Historia por la Universitat de València, investigador y comisario de exposiciones como "México ilustrado: libros, revistas y carteles (1920-1950)" (2010) o "¡Vámonos! Bernard Plossu en México" (2014).
