Un día de I856, el emperador Hsien Feng, siguiendo una antigua tradición, dio vuelta una ornamentada placa de jade que estaba depositada cerca de su alcoba. La placa tenía grabado en el dorso el nombre de una joven y, con esa acción, el soberano llevó a su lecho a una nueva y muy deseada concubina, y sin querer selló el destino de la dinastía manchú. Muchos siglos antes una profecía había anunciado que el dominio manchú en China sería llevado a la ruina por una mujer de la tribu YehoNala.