En el mundo desarrollado del nuevo siglo, las organizaciones obreras partidos y sindicatos se enfrentan desorientadas a una ofensiva patronal que, bajo amenazas como la deslocalización o la quiebra y cierre de empresas, arranca año tras año nuevas concesiones supuestamente encaminadas a mejorar la productividad y competitividad de las empresas en el ámbito global. Asistimos así al retroceso de las condiciones de trabajo (salarios, jornada, contratos...) y a reiterados ataques contra el estado del bienestar (pensiones, educación, sanidad y otras prestaciones). todo ello, además, en un contexto de fragmentación social y de intereses de la clase trabajadora tradicional, pérdida de la conciencia de clase e incapacidad de sus organizaciones para integrar a los nuevos trabajadores procedentes de las últimas oleadas migratorias o de la economía de la precariedad. En algunos países del Sur la situación parece distinta. La confluencia con movimientos sociales de otro cuño (indigenistas o ecologistas, entre otros) ha fundido reivindicaciones y ha revitalizado la identidad y las organizaciones de la clase trabajadora. Y en lo que se asemeja a un cambio de ciclo político, el progresivo acceso de fuerzas progresistas al control del Estado y, en no pocos casos, la salida de una dictadura, han contribuido a dar impulso y renovar el quehacer del movimiento de los trabajadores.