GARLANDO, LUIGI / TURCONI, STEFANO (Ilustración)
Han arribat les vacances. Les Cebetes tenen plans, però aquest cop no podran anar tots junts. Un grupet anirà a la muntanya, a respirar aire pur. Uns altres cap a les platges de Menorca. I la resta cap a l'interior, a fer turisme cultural. Però encara que estiguin separats i en llocs diferents, una cosa els unirà: el futbol i les aventures. Allà on van, les Cebetes porten la diversió i l'entreteniment. I quan tornin per començar un nou curs i un nou campionat, ho faran carregats d'experiències i noves amistats.
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Miguel Mena entrecruza con soltura las vidas de personajes
bien definidos. Toma como referencia principal al inspector
Luis Mainar (quien ya fuera protagonista de "Días sin tregua",
novela con la que ganó el I Premio Málaga de Novela) pero no
resulta mucho más importante para la historia que el
soviético Suranov o el joven Juan Checa, por poner dos
ejemplos. Simplemente es el que realmente quiere alcanzar la
verdad, el que pone todo en su mano para que se haga
verdadera justicia. Es, como diría Raymond Chandler, “el
hombre completo y común, y al mismo tiempo extraordinario;
de honor por instinto, por inevitabilidad, sin pensarlo y, por
cierto, que sin decirlo; el mejor hombre de este mundo y lo
bastante bueno para cualquier mundo”.
Esto forma parte del canon de la novela negra como también
lo acostumbra el ser directa y libre de artificios. Con esto no
quiero decir que deba ser lineal, al contrario: es más complejo
lo que hace Miguel, que va introduciendo los personajes en
espacios que pueden distanciarse en miles de kilómetros
respecto a Málaga (literalmente hasta el otro extremo del
mundo), en tiempos que pueden distar meses respecto a los
hechos centrales de la historia. Todo de manera muy
dinámica, en favor de la narración y emulando un mecanismo
de relojería con piezas que no comprendemos qué hacen ahí
hasta que terminamos de verlo funcionar en su totalidad.
No, yo a lo que me refiero es a un estilo directo, a llamar a las
cosas como son, sin eufemismos. A que, por poner un
ejemplo, se escriba “hay mucho paro” en lugar de “se
mantiene la tendencia de ralentización de aumento de paro”,
no sé si me explico. La novela negra no es amiga de los
eufemismos porque es un reflejo de la sociedad sobre la que
se escribe y debe decir las cosas claras para que ese reflejo
sea cristalino. Miguel también cumple aquí y no se olvida de
nada: además de las tramas de la novela se citan el
terrorismo de ETA, la incorporación de España en la OTAN, La
Guerra de las Malvinas, el Golpe de Estado del 23F, la
Enfermedad de La Colza, la guerra entre Irán e Irak... por no
olvidarse no se olvida ni de recordarnos que ese año el
Málaga subió a Primera División. Y es que siempre
recordaremos al Naranjito sonriente presente en la portada
pero lo realmente importante es no olvidar todo esto sobre lo
que se alude en las páginas tras ella.
Los principios de los ochenta en que transcurren las dos
novelas protagonizadas por Luis Mainar son precisamente los
años en que periodistas como Juan Madrid o Manuel Vázquez
Montalban empezaron a consagrarse como autores del
género. Yo espero que Miguel también se consagre como
autor de este género (he leído que ya trabaja en la tercera
entrega de los casos de Luis) porque creo que tiene mucho
que narrar, lo narra bien y es necesario narrarlo: escribir (o
leer) novela negra ambientada a principios de los años
ochenta puede darnos el “de dónde venimos” para
comprender “quiénes sómos” y “a dónde vamos” en la
actualidad. Para mí, los más duro de Todas las miradas del
mundo (o quizá debería decir lo más crudo) son la cantidad de
inocentes y, digamos, de “no tan culpables” que pagan en sus
vidas (en algún caso con sus vidas) un precio que no se
merecen simplemente por estar en el lugar y momento
inoportuno, por hacer algo cotidiano, por cometer un error
fruto de los nervios... mientras verdaderos culpables
anónimos logran escapar o permanecen en las sombras hasta
que les descubran (si les descubren) y los responsables de
salvaguardar los intereses de los ciudadanos están más
preocupados por lo que piensen fuera del país. Dice el
inspector Mainar: “está en juego la imagen del país, su
credibilidad, muchas de sus perspectivas inmediatas. Hay un
afán por agradar, por mostrar una imagen de competente y
seria, por suscitar simpatías a los cinco continentes. Un afán
que pasa por evitar cualquier incidencia que provoque una
publicidad negativa”. Creo que esto mismo podría decirse hoy,
casi treinta y un años después. ¿No les parece?
Miguel Mena entrecruza con soltura las vidas de personajes
bien definidos. Toma como referencia principal al inspector
Luis Mainar (quien ya fuera protagonista de "Días sin tregua",
novela con la que ganó el I Premio Málaga de Novela) pero no
resulta mucho más importante para la historia que el
soviético Suranov o el joven Juan Checa, por poner dos
ejemplos. Simplemente es el que realmente quiere alcanzar la
verdad, el que pone todo en su mano para que se haga
verdadera justicia. Es, como diría Raymond Chandler, “el
hombre completo y común, y al mismo tiempo extraordinario;
de honor por instinto, por inevitabilidad, sin pensarlo y, por
cierto, que sin decirlo; el mejor hombre de este mundo y lo
bastante bueno para cualquier mundo”.
Esto forma parte del canon de la novela negra como también
lo acostumbra el ser directa y libre de artificios. Con esto no
quiero decir que deba ser lineal, al contrario: es más complejo
lo que hace Miguel, que va introduciendo los personajes en
espacios que pueden distanciarse en miles de kilómetros
respecto a Málaga (literalmente hasta el otro extremo del
mundo), en tiempos que pueden distar meses respecto a los
hechos centrales de la historia. Todo de manera muy
dinámica, en favor de la narración y emulando un mecanismo
de relojería con piezas que no comprendemos qué hacen ahí
hasta que terminamos de verlo funcionar en su totalidad.
No, yo a lo que me refiero es a un estilo directo, a llamar a las
cosas como son, sin eufemismos. A que, por poner un
ejemplo, se escriba “hay mucho paro” en lugar de “se
mantiene la tendencia de ralentización de aumento de paro”,
no sé si me explico. La novela negra no es amiga de los
eufemismos porque es un reflejo de la sociedad sobre la que
se escribe y debe decir las cosas claras para que ese reflejo
sea cristalino. Miguel también cumple aquí y no se olvida de
nada: además de las tramas de la novela se citan el
terrorismo de ETA, la incorporación de España en la OTAN, La
Guerra de las Malvinas, el Golpe de Estado del 23F, la
Enfermedad de La Colza, la guerra entre Irán e Irak... por no
olvidarse no se olvida ni de recordarnos que ese año el
Málaga subió a Primera División. Y es que siempre
recordaremos al Naranjito sonriente presente en la portada
pero lo realmente importante es no olvidar todo esto sobre lo
que se alude en las páginas tras ella.
Los principios de los ochenta en que transcurren las dos
novelas protagonizadas por Luis Mainar son precisamente los
años en que periodistas como Juan Madrid o Manuel Vázquez
Montalban empezaron a consagrarse como autores del
género. Yo espero que Miguel también se consagre como
autor de este género (he leído que ya trabaja en la tercera
entrega de los casos de Luis) porque creo que tiene mucho
que narrar, lo narra bien y es necesario narrarlo: escribir (o
leer) novela negra ambientada a principios de los años
ochenta puede darnos el “de dónde venimos” para
comprender “quiénes sómos” y “a dónde vamos” en la
actualidad. Para mí, los más duro de Todas las miradas del
mundo (o quizá debería decir lo más crudo) son la cantidad de
inocentes y, digamos, de “no tan culpables” que pagan en sus
vidas (en algún caso con sus vidas) un precio que no se
merecen simplemente por estar en el lugar y momento
inoportuno, por hacer algo cotidiano, por cometer un error
fruto de los nervios... mientras verdaderos culpables
anónimos logran escapar o permanecen en las sombras hasta
que les descubran (si les descubren) y los responsables de
salvaguardar los intereses de los ciudadanos están más
preocupados por lo que piensen fuera del país. Dice el
inspector Mainar: “está en juego la imagen del país, su
credibilidad, muchas de sus perspectivas inmediatas. Hay un
afán por agradar, por mostrar una imagen de competente y
seria, por suscitar simpatías a los cinco continentes. Un afán
que pasa por evitar cualquier incidencia que provoque una
publicidad negativa”. Creo que esto mismo podría decirse hoy,
casi treinta y un años después. ¿No les parece?