La poesía no suele conformarse con ser reflejo de una moral o acta de unos sentimientos que ya existían antes del poema. Para denostar la obra de dos poetas del siglo XX, Eliot y Cavafis, alguien habló de pedestales de los que faltan las estatuas , lo que tal vez valga como reconocimiento involuntario del mérito poético no sólo de Eliot y Cavafis, sino de Pound, Rilke, Saint John Perse, Pessoa, Juan Ramón Jiménez, Wallace Stevens, Charles Olson, W. C. Williams, Kenneth White y otros. Si su poesía nos dice es porque no nos interesan especialmente los tiempos y los lugares, sino su médula: la fuerza de lo que el lenguaje recrea como esencial, o la fuerza de lo que el lenguaje de todos llevado a sus máximas consecuencias es capaz de convertir en esencial, en válido para lectores de distintos tiempos y de distintos lugares. Los poemas de estos autores tienen en común, por lo general, que objetivan en cierta épica interior la vivencia individual o colectiva, vivencia que por lo demás puede cumplir su función de ingrediente del poema como arqueología de piezas intactas, de restos que informan.
Es doctor en Filología Hispánica y ha traducido libros de W. H. Auden, Philip Larkin, Margaret Atwood, Rudyard Kipling, Kenneth White, Ruth Padel y Edward Lear. Ganador del premio Hiperión por La noche junto al álbum (1989), ha publicado los poemarios Intemperie (1995), Para lo que no existe (1999) y el tríptico formado por Caída (2002), El río de agua (2005) y Canción en blanco (2012), calificado como una de las experiencias más notables, atrevidas e impactantes de la poesía española última. Es también autor del ensayo Poesía sin estatua (2005). Actualmente vive en Ronda, donde dirige un taller de creación literaria y un seminario de poesía en el rilkeano hotel Reina Victoria.