Los contadores de historias, los creadores de ficciones literarias, ambicionamos como poco que nuestros textos reflejen la vida a base de recrearla, construyan esa otra realidad que viene del feliz encuentro de la imaginación, la memoria y las palabras. Y con bastante frecuencia, cuando la ambición se desata, el intento ya no queda en reflejar o recrear la vida, sino en suplantarla, no depender exclusivamente de ella como ineludible punto de referencia, sino sustituirla desde esa otra realidad imaginaria en que la propia novela se constituye.