La «dialéctica» no pasa hoy día de ser «un recurso retórico en nuestro acervo discursivo». Su significado genuino se halla actualmente tan olvidado que sólo un historiador de la filosofía podía retomarla como asunto de reflexión. En la lectura espaciosa de algunos viejos textos (de Kant, Hegel y Marx) y de otros más cercanos en el tiempo pero acaso no menos espectrales (de Heidegger, Kafka, Benjamín o Derrida), en la liberación de su caudal teórico y en su reescritura en nuestro presente político (planetario y «nacional»), cabe volver sobre los sentidos arrumbados de la dialéctica, rastrear su clásica nobleza o señalar su abuso a manos de la ortodoxia de partido. Emprender un recorrido así por los límites de la dialéctica es dejar constancia de su retorno en lo derrotado y aplastado por la inevitabilidad histórica. Pues lo que revela semejante reexamen es que con la dialéctica, «con la historia de los perdedores y de lo perdido también en los vencedores, con lo que, por tanto, no tiene historia pero relampaguea, siquiera por un momento, en el fondo banal de este presente», se trata de la libertad y su dinámica, tejida de posibilidad y resistencia. «La dialéctica es de un tiempo y lugar y sólo a través de él es general.»