Juanito se sentía muy mal, pero no encontraba remedio a sus males. Al verlo tan decaído, el abuelo creyó adivinar de qué se trataba. Y no estaba equivocado: todo era por culpa de las palabras no dichas, las palabras que Juanito se guardaba y no se atrevía a pronunciar. Pero Juanito acaba comprendiendo que no tiene otra salida: si quiere curarse deberá armarse de valor y hablar.