Políxena, Mirtale, Olimpia y Estratonice fueron los cuatro nombres de la madre de Alejandro Magno. Aunque sobre ella hay mucho escrito, como de pocas mujeres de la Antigüedad (sabemos de su religiosidad, de la obstinada persecución a quienes intentaron con éxito acabar con su linaje), no nos es posible acercarnos a su figura histórica como lo podríamos hacer con su hijo o su marido: una mujer en el mundo helénico no formaba parte de los acontecimientos. los padecía, y pocas veces los protagonizaba en primera y única persona, salvo que tuvieran relación con algún hombre. La vida de Olimpia llama la atención, quizá injustamente, porque fue madre y esposa de los monarcas que cambiaron el mapa político de la Grecia del siglo IV a.C., no exclusivamente por ella. Por eso es necesario conocer qué pensaban y hacían los hombres a su alrededor para saber cómo pudo influir sobre ellos y, al mismo tiempo, hacernos una idea de su carácter: cuando Alejandro toma el título de faraón o de gran rey de Persia y exige que se le trate como a un dios. cuando Filipo huye al creer que ella yace con zeus transformado en una serpiente que se enreda entre sus piernas. cuando, siendo ya una anciana, los soldados de Casandro se niegan a ejecutarla, están (de)mostrando indirectamente el gesto, la actitud y el pensamiento de esta mujer feroz y mística al mismo tiempo. La vida de Olimpia, la «reina de los cuatro nombres», no es sino la continua puesta en escena de su voluntad de trascender que la llevó a refugiarse en tradiciones, creencias y supersticiones para tocar, siquiera de manera tangencial, el trozo de infinito que le correspondía.