El juicio y la muerte de Sócrates constituyen en conjunto un momento emblemático de la civilización
occidental. La imagen que tenemos de aquellos hechos (creada por sus seguidores inmediatos y perpetuada a partir de
entonces por un sinnúmero de obras de literatura y arte) es la de un hombre noble condenado a muerte por un acceso de
locura de la antigua democracia ateniense. Se trata de un emblema, una imagen, no de una realidad. La acusación
explícita de impiedad y de corromper a la juventud podía ser mortal por sí sola, pero los acusadores afirmaron o
sugirieron también que Sócrates era un elitista que se rodeaba de personajes políticamente indeseables y había sido
maestro de quienes les habían hecho perder una guerra. Más aún: según muestra Robin Waterfield, aquellas acusaciones
tenían bastante de verdad desde el punto de vista de un ateniense. El juicio fue, en parte, una respuesta a unos
tiempos agitados (una guerra catastrófica y unos cambios sociales turbulentos) y nos ofrece, por tanto, un buen prisma
a través de la cual podemos explorar la historia de la época; a su vez, los datos históricos nos permiten retirar parte
del barniz que nos ha impedido durante mucho tiempo tener una visión del verdadero Sócrates.
Robin Waterfield (1952) ha impartido cursos en varias universidades inglesas. Ha traducido al inglés buena parte de los diálogos de Platón, diversas tragedias de Eurípides, algunas de las Vidas paralelas de Plutarco y la Historia de Heródoto, entre otras obras clásicas del griego, y ha escrito una historia de Atenas, así como un estudio sobre Platón. En Gredos ha publicado La retirada de Jenofonte y La muerte de Sócrates, que revisan épocas y episodios de la Antigüedad analizados desde los puntos de vista histórico y literario.