Rescatado en un lugar remoto del Ártico, el doctor Victor Frankenstein nos relata su tragedia: cuando era estudiante de filosofía en Ginebra se obsesionó por lograr descifrar la fórmula para dar vida a la materia inanimada. Mientras hacía progresos, se dedicó a reunir partes de cuerpos humanos para construir una criatura de apariencia humana, a la que consiguió dar vida mediante una descarga eléctrica. Pero esta criatura, dotada de una altura y una fuerza física descomunales, tenía un aspecto tan espantoso que inspiraba terror a todos los que la veían. El sentimiento de repulsión que despertaba y la soledad a la que se vio condenada provocaron que se rebelara contra su creador.
Considerada el estandarte del romanticismo y del terror gótico, Frankenstein nos recuerda que el hombre, egoísta por naturaleza, no suele tener el más mínimo sentido de la compasión. Aunque la criatura se acerque a los demás con el corazón en la mano, creyendo que se rigen por los principios de la religión y la piedad, los humanos la rehúyen una y otra vez porque solo son capaces de verla como un monstruo.
Mary Shelley (1797-1851) es universalmente conocida por ser la autora de Frankenstein o el Moderno Prometeo (1818). Casada con el poeta Percy B. Shelley e hija de los filósofos William Godwin y Mary Wollstonecraft, su producción no se limitó a la mítica novela. Junto a sus poemas, diarios y narraciones breves se deben destacar, entre otras, las novelas El último hombre (1826), Lodore (1835) o Mathilda (1959), la colección de biografías Vida de los científicos y hombres literarios más eminentes de Italia, España y Portugal (1835-1839) o libros de viajes como Historia de una excursión de seis semanas (1817) y Caminatas en Alemania e Italia (1844).