Francis Bacon (1561-1626) fatigó su vida y agotó su salud en el desempeño de la política (en un periodo histórico particularmente turbulento), hizo contribuciones decisivas a la ciencia (pulió el método científico hasta convertirlo en el instrumento más eficaz para conocer la naturaleza), pero su aspiración secreta fue la de vincular su nombre a la literatura. Bacon no estaba tanto interesado en la ficción o en el tratado teórico, como en una forma nueva, que había puesto en circulación Montaigne: el ensayo. Una forma libre de pensamiento sobre toda clase de asuntos, comunes a los hombres, donde la imaginación del abordaje se revela decisiva. Los Ensayos fueron durante años el orgullo secreto de Bacon y su contribución más importante a las letras inglesas. Estos textos breves y concentrados, fruto de una curiosidad disparada en múltiples direcciones (la verdad, la muerte, la venganza, la envidia y el amor; pero también el disimulo, la sospecha, la ira, la fama o la conversación; y saberes prácticos como la salud, la jardinería o las negociaciones), siguen apelándonos directamente, gracias a dos grandes virtudes que les permiten sortear el paso del tiempo: una lúcida comprensión de la naturaleza humana, y una precisión casi clínica con el lenguaje. El mundo cambia, pero las pasiones siguen aquí, y leídas con varios siglos de distancia, las palabras y las ideas de Francis Bacon (una inteligencia resuelta a pensarlo todo por sí misma) siguen interpelándonos
FRANCIS BACON (1561-1626) es un jurista y político, miembro de la nueva clase elevada a la administración del Estado tras la consolidación del protestantismo en el reinado de Isabel I (1558-1603). En 1597 había declarado a su tío, el poderoso Secretario de Estado William Cecil, que «había asumido todo el saber como su territorio». Tras esa declaración se escondía ya el proyecto de transformar la ciencia en una institución estatal y colegiada que, bajo su dirección, debería servir a un programa de expansionismo imperial británico y de sometimiento de la naturaleza a las necesidades humanas. Presentado ya en El avance del saber (1605) y La sabiduria de los antiguos (1609), además de en abundantes opúsculos inéditos, dicho programa recibió su expresión más completa en 1620, cuando Bacon era gran canciller del reino, con La Gran Restauración, dedicada al rey Jacobo I y en la cual se presentaba el nuevo método científico (Novum organum) que debía producir el conocimiento científico y el consiguiente dominio sobre la naturaleza.