QUIGNARD, PASCAL / BARREDA, ANTONIA
En dos ocasiones durante su infancia, Pascal Quignard se ensimismó en un estado autista. Ese refugio interior, como una impronta, forjaría su carácter retraído y parco en palabras. Ahora, en su madurez, padece que se halle inmerso de nuevo en una peculiar forma de autismo: la proliferación de sus escritos deberíamos entenderla como la erupción súbita, fogosa, ineluctable de todos sus pensamientos contenidos y en ebullición dentro de sí. Sus textos son la expresión de un mutismo que arranca a hablar. que necesita para no volverse loco testimoniar sobre sus obsesiones emotivas. sus asombros o estupefacciones. su dolor íntimo y sus desgarros existenciales. que precisa exorcizar las palabras que nombran y dan sentido al mundo. La lectura de los textos de Quignard me fascina: su lógica de pensamiento, la armonía desordenada de su exposición, la coherencia en su fragmentación. el sufrimiento inmanente que comunica,.. Su escritura es ascética, sobria, contenida. aunque en ocasiones se desborda con vehemencia para precisar lo inefable: los trazos del silencio, el vértigo de Eros, la seducción que suscita el abismo, el extravío en que los suefos os nos sumen, la incertidumbre que establecen los puntos de fuga en la significación del lenguaje... En ocasiones, se advierte en su escritura su dificultad para expresar lo indecible, para deslindar la frontera entro lo que pertenece a la palabra o al silencio... Incluso cuestiona la propia palabra y su escritura pues, según afirma, en la mayor parte de la vida humana en la infancia, la senectud y los suefos el lenguaje se ignora: Ergo: el lenguaje es inhumano. Sus textos son viscerales: un vaciado, una efusión compulsiva de sus prolijas lecturas y de sus conocimientos sedimentados, un preguntarse a sí mismo a través de un hipotético lector: He escrito porque es la única manera de hablar callando (Peque f o tratado sobre Medusa).
Pascal Quignard nació en 1948 en Verneuil-sur-Avre, Normandía. Es autor de numerosas novelas (El salón de Wurtemberg, Todas las mañanas del mundo, Terraza en Roma, Vida secreta) y de «pequeños tratados», como él los llama, en los que la ficción está entretejida con la reflexión. En 1994 publicó El sexo y el espanto. Entre otros premios, en 2002 obtuvo el Goncourt por Les ombres errantes, primer tomo de la obra titulada Dernier Royaume.