Imaginación y fantasía han sido las herramientas con las que las personas han intentado adentrarse en el territorio confuso del más allá.
Es cierto que las descripciones de ese lugar son diferentes, muchas veces porque el realismo de los sueños reviste los relatos con características propias. Pero no es menos cierto que todas las culturas comparten temas semejantes que nacen de los mismos arquetipos humanos.
En este caso, los cuentos de la antigua Corea inundan de exotismo la mente del lector occidental gracias al genio de Yu Mongin. En sus crónicas no sólo se detallan las relaciones sociales de un mundo jerarquizado, las creencias religiosas y los usos y costumbres que determinan la existencia, sino también la realidad onírica que puebla el imaginario de un pueblo que lucha por distinguirse del cercano Imperio chino y protegerse frente a las amenazas invasoras de Japón y Mongolia.
Mas como nadie puede vivir sin esperanza, esta se nutre a menudo de leyendas sagradas, historias de fantasmas y fábulas de animales que pronuncian oráculos sobre el futuro.
Yu Mongin nació en 1559 dentro de una familia noble que servía en la corte de la dinastía Joseon. Tras estudiar en la Universidad de Sungkyunkwan y aprobar las oposiciones, comenzó a trabajar como funcionario real. Cuando el príncipe Gwanghaegun ascendió al trono, Yu Mongin fue nombrado sucesivamente primer secretario real, gran censor real, viceministro de asuntos interiores y consejero real. En 1609 recibió el título nobiliario de Yeongyanggun. Con todo, en 1618 fue acusado de traición y tuvo que dimitir. Retirado de la vida pública, se dedicó a viajar y a escribir. Fruto de aquella época es Eouyadam, de donde se han tomado estos cuentos. Las acusaciones de traición, sin embargo, no cesaron, y el 5 de agosto de 1623, tras ingerir veneno, murió.Tuvieron que pasar ciento setenta años para que el rey Jeongjo (1776-1800), que apreciaba su talento literario y su fidelidad a la patria, reparara su memoria con el título póstumo de Uijeong, «Hombre justo y modesto».