Para unos, Philip K. Dick no es más que el nombre de un escritor de ciencia ficción, cuyas obras inspiraron las películas Blade Runner y Desafío Total. Para otros, es uno de los escritores esenciales del siglo XX. Y, para unos pocos, el agente de una auténtica Revelación. Una cuestión obsesiva que ha hecho de su vida caótica una extraña odisea espiritual: ¿Quién sabe lo que es real?, ¿Quién de nosotros puede probar, por ejemplo, que Alemania y Japón no ganaron la guerra, que vivimos en la Tierra, que somos hombres, que no estamos muertos? En California durante los años sesenta, esas vertiginosas dudas le llevaron a un encuentro con las drogas. Dick confió en que le darían acceso, más allá de los simulacros, a una Realidad Última. Se convirtió en un apóstol del LSD, un gurú de la contracultura. El hombre en el castillo, Ubik, La penúltima verdad, unas novelas que se mueven en el estrecho filo entre la revelación y la locura, fueron la Biblia psiquedélica para toda una generación. Entonces el sueño se convirtió en pesadilla. El explorador de la conciencia se perdió dentro del laberinto. En 1974, tras los años de vagabundeo espantoso, tuvo una experiencia mística, y hasta el momento de su muerte se preguntó si era un profeta o el juguete de una psicosis paranoica, y si existía una diferencia entre ambos. A quien Dios habla ¿oye algo más que su propia voz?
Emmanuele Carrère (París, 1957) es autor de siete novelas (entre ellas Una semana en la nieve, publicada en España por Circe), dos libros sobre Werner Herzog y Philip K. Dick (Yo estoy vivo y vosotros estáis muertos: Philip K. Dick 1928-1982, Minotauro)y varios guiones para el cine y la televisión. El adversario supuso su consagración indiscutible.