MANGUEL, ALBERTO (1948- )
La historia del libro es la historia de una dominación. (Así se habla, Gándara, como en los buenos y viejos tiempos). La historia de la dominación de la palabra escrita en tipos homogéneos sobre la palabra hablada, de la geometría sobre la metáfora, de la línea sobre la mancha, del pensamiento demostrativo sobre el interrogativo, del especialista sobre el universalista, del ojo sobre los otros sentidos, del cátedro sobre el poeta, de la autoridad sobre el autor, de lo industrial sobre lo singular, de la reflexión sobre la acción, de la vigilia sobre el sueño, de la supervivencia sobre la libertad, de lo predecible sobre lo inesperado, del psicópata uniformado sobre el alma contradictoria, de lo doctrinario sobre lo literario, de la burocracia sobre el hombre civil, del progreso material sobre la justicia, de la casuística sobre la intuición, de la división del trabajo sobre el talento, de las mayorías que van a lo suyo sobre las minorías que no tienen nada suyo, de los iguales sobre los menos iguales, de la paja mental sobre la paja a secas, etc., y para qué quieres más. Como hijos de la cultura de la imprenta no podemos tirar la primera piedra. Y además cuando no estás dominado por una cosa estás dominado por otra, así que las dominaciones son buenas o malas depende de cómo te las tomes y lo que hagas con ellas. O sea, el yugo no es el mismo para todos. Hay quienes saben que lo llevan encima y otros en cambio lo confunden con un foulard de Hermès. Están Cervantes, Gracián, Maquiavelo, Emily Brontë, Kafka, Conrad, E. E. Cummings, Lu Sin, Flannery O´Connor, Greene, Cernuda, Butor, Gaddis, Ann Michaels, Lorrie Moore, Benet y luego están los otros, esa lista de bueyes por caminos polvorientos que sólo alzan la cerviz para admirar el libro en la hornacina. El fervor por la letra impresa, como escritor o como lector, no es más que otro fervor, un asunto de meapilas y de gente que se autoadiestra para no masturbarse. Gente que reverencia los libros con la mirada apocada del esclavo contemplando el tótem de su amo. Gente que recuerda el olor del día en que su abuelo la regaló el primer libro, que paladea las palabras, se deleita o queda en trance, que ama los libros así, en general, como se ama el pasto y el forraje. Hay más mundos que los que sueña la imprenta, Horacio.