Edición de Nicanor Vélez. Prólogo de James Valender. La producción poética de Jaime Gil de Biedma es intensa y exigente. Agrupada en Las personas del verbo, se compone de versos directos y aparentemente sencillos en los que subyace la complejidad técnica, el reto formal. El poeta barcelonés rescata la tradición lírica española e incorpora a poetas como Baudelaire, Auden y Eliot; integra ®la música de la conversación¯, hace alusiones y transfigura refranes; además, crea una identidad poética para describir con distancia la experiencia de crisis personales (®Contra Jaime Gil de Biedma¯).Fruto del diálogo con la creación poética son, por un lado, Diario del artista en 1956, que escribió con el propósito de adiestrarse como prosista, y en el que relata -vital y laboralmente- su estancia en Manila como alto directivo de la Compañía General de Tabacos, así como su convalecencia, ese mismo año, por una enfermedad pulmonar; y por otro, El pie de la letra, sus brillantes ensayos sobre poesía, aunque no sólo de poesía, que van de Espronceda a Joan-Gil Albert, de Cernuda a Guillén o de Pound a Gabriel Ferrater.El volumen se cierra con un Apéndice que recoge traducciones del Eduardo II de Marlowe, así como de poemas de Auden, Louis MacNeice, Stephen Spender y ·lex Susanna, entre otros, además de diversos ensayos, hasta hoy no reunidos en forma de libro, y más de una docena de entrevistas.
«Nací en Barcelona en 1929 y aquí he residido casi siempre. Pasé los tres años de la guerra civil en Nava de la Asunción, un pueblo de la provincia de Segovia en donde mi familia posee una casa a la que siempre acabo por volver. La alternancia entre Cataluña y Castilla, es decir: entre la ciudad y el campo ?o, para ser más exacto, entre la vida burguesa y la vie de chateau?, ha sido un factor importante en la formación de mi mitología personal. Estudié Derecho en Barcelona y Salamanca; me licencié en 1951. Desde 1955 trabajo en una empresa comercial. Mi empleo me ha llevado a vivir largas emporadas en Manila, ciudad que adoro y que me resulta bastante menos exótica que Sevilla, porque la entiendo mejor. Me quedé calvo en 1962; la pérdida me fastidia pero no me obsesiona ?dicen que tengo una línea de cabeza muy buena. Gano bastante dinero. No ahorro. He sido de izquierdas y es muy probable que siga siéndolo, pero hace ya algún tiempo que no ejerzo.» «Bien. Supongamos ahora que han pasado doce años desde que escribí lo anterior. Y aun vayamos más lejos, supongamos lo más terrible: que nuestra suposición?tuya y mía, lector, acuérdate? sea la verdad absoluta. ¿Qué diré entonces que ha sido de mí durante este espacio interlinear? Lo primero y lo instintivo, es decir que nada. Luego, tras algún pensar, ciertos hechos se imponen.