CHACEL, ROSA
Madres e hijas: una realidad universal, una relación crucial, y sin embargo, un tema llamativamente ausente de la historia de la literatura. Para que adquiriese carta de ciudadanía, ha habido que esperar a que las mujeres escribieran y a que fueran configurando una tradición propia. Es significativo que una de las más tempranas obras debidas a una mujer sean las cartas de Madame de Sévigné (16261696) dirigidas a su hija. Pero es sólo en el siglo XX a medida que las mujeres escritoras van dejando de ser una rareza cuando el dúo madrehija comienza a tener una presencia literaria notable. Las primeras obras en darle protagonismo, como Sido de Colette o Una muerte muy dulce de Simone de Beauvoir, fundan un género la evocación de la madre muerta que luego se multiplicará, ramificándose, en obras como las de Annie Ernaux, W.A. Mitgutsch, Caria Cerati, Amy Tan, Isabel Allende o Susanna Tamaro hasta convertirse en un lugar común de la narrativa contemporánea, e inspirar a escritores varones que empiezan a su vez a escribir sobre sus padres. Aunque la literatura castellana parece peculiarmente reacia al análisis de sentimientos y, en general, a la esfera íntima («Nuestra intimidad es esteparia», se lamentaba Gil de Biedma), la relación entre madres e hijas es un tema presente en la obra de muchas escritoras contemporáneas, como lo atestiguan los relatos anteriormente publicados de Rosa Chacel, Carmen Laforet, Carmen Martín Gaite y Ana María Matute que hemos seleccionado. A ellos se añaden otros de autoras más jóvenes, escritos expresamente para este libro y, por lo tanto, inéditos. La figura de la madre, de la hija, o la maternidad en sí, suscitan en cada uno de estos textos visiones muy dispares: declaración de amor, lucha a muerte, fantasía entre angelical y terrorífica, crítica radical a los valores de la sociedad en que vivimos, diferenciación entre madres y mamás, o análisis de sentimientos ambiguos en torno a una madre percibida como nudo gordiano en el que se entrelazan infancia y madurez, agobio y orfandad, rivalidad y adoración... y cuya muerte parte en dos la vida de la hija.
Rosa Chacel nació en Valladolid
en 1899 y se trasladó con su familia a Madrid en 1908. Estudió en la Escuela de
Artes y oficios y en la Escuela de San Fernando. Después de su matrimonio, en
1922, con Timoteo Pérez Rubio, viajó por Europa hasta su regreso en 1927 a Madrid,
donde empezó a colaborar regularmente en Revista
de Occidente y escribió su primera novela, Estación. Ida y vuelta (1930). La guerra interrumpió la publicación
de sus obras y la forzó al exilio : en 1937 se trasladó a París y luego a
Atenas y Ginebra antes de instalarse, a partir de 1940, en Río de Janeiro,
donde residió, con viajes esporádicos a Buenos Aires y nueva York, hasta 1972. Becada
por la Fundación March, volvió entonces a Madrid, donde fijó hasta hoy su
residencia. Es autora de nueve novelas,
entre las que destacamos Teresa (1941),
Memorias de Leticia Valle (1945), La sinrazón (1960), Barrio de maravillas (1976) y Ciencias naturales (1988), tres libros de cuentos, tres libros de
ensayo, dos libros de artículos reunidos, un libro de memorias, una biografía
de su marido y un diario. En 1988 obtuvo el Premio Nacional de las Letras Españolas por el conjunto de su obra.