BRUCE CHATWIN
Para un aborigen australiano, su país es como una inmensa partitura musical: allí donde pisa puede cantar canciones inmemoriales que hacen surgir el paisaje, otorgan derechos territoriales, posibilitan el trueque simbólico y permiten expresar el alma del intérprete.
Fascinado por estas prácticas antiguas y poéticas, Bruce Chatwin desvela a través de su experiencia en Australia no sólo la naturaleza de los aborígenes, sino la de los nómadas en general. Especie de manifiesto místico-exorcista en medio de un itinerario encantado, Los trazos de la canción es, al mismo tiempo, un libro de viajes, una novela y una colección de aforismos, y por encima de todo un texto singular, tan mágico como el asunto del que se ocupa.
Bruce Chatwin (1940-1989) fue, durante una década, uno de los niños mimados de Sotheby's, la prestigiosa casa de subastas de Londres. Gracias a la pericia de su ojo experto hizo una carrera brillante en contra de su propia voluntad.Unas Navidades despertó en casa de un amigo completamente ciego. Su médico, a sabiendas de que no se trataba de nada orgánico, le recomendó un viaje, «horizontes más amplios». Así partió a Sudán, para reponerse de lo que parecía una crisis nerviosa y vocacional. Se quedó en aquel país africano más de cuatro meses y, de alguna manera, nunca más volvió. Su pasión por los viajes y su extraño talento literario, sólo comparables a su extraordinaria imaginación, han proporcionado algunas de las páginas más inteligentes y conmovedoras de la literatura contemporánea.Dejó seis libros terminados antes de su muerte: En la Patagonia, El virrey de Ouidah, Colina negra, Los trazos de la canción, Utz y ¿Qué hago yo aquí?, todos ellos publicados por Muchnik Editores. Completó Utz, su última novela, en su lecho enfermo, cuando el sida le había quitado gran parte de sus fuerzas. Si bien tuvo tiempo de introducir correcciones en el primer manuscrito, la enfermedad le impidió pulir cuanto deseaba esta obra que, en cierto modo, es un autorretrato en negativo.