ay un momento en la historia del arte en el cual éste se hace más sincero: la representación deja de Ilamar a la ingenuidad y se esconde para dejar paso a una liberación del lenguaje artístico y del acto estético sin precedentes. El arte abstracto o los actos dadaístas, pero también Ulises o la Bauhaus, la dodecafonía o Le Corbusier, son algunos síntomas de esa pérdida de ingenuidad. Esta ruptura, a la cual Ilamamos la quiebra de la representación, va acompañada de un salto paralelo en la propia modernidad: el momento en el cual ésta se encuentra con su reverso y toda una ontología se derrumba para dar paso a la problematización del hombre, del lenguaje y de la metafísica que lo cubre. De esta forma, se hace evidente la necesidad de revisar las categorías mismas desde las cuales es posible (si lo es) pensar lo estético y su relación con la modernidad misma. Subjetividad y objetividad, arte comprometido o autónomo, arte representativo o abstracto: esas conocidas ambivalencias van dejando paso a conceptos nuevos, como traducción o transgresión, o problemas nuevos, como la relación del arte y la verdad, la nueva economía de lo estético, o nuevos planteamientos en la noción de vanguardia o en la función de metáfora. A recorrer esta quiebra, a vivirla en sus categorías, se dedica este ensayo.
