En Ilusión, Sarcasmo y devastación, cinco relatos de la edad descreída, no es, exclusivamente, el manantial del escepticismo el que colma la sed del narrador, tal vez, ese sólo sea un sentimiento accesorio al tamiz sosegado del tiempo: es la autenticidad de los personajes que se nos muestran en su cercanía y veracidad. La tierna, pero implacable, vivisección virtual de los compañeros de trayecto del Viajero sordo en la que aparecen los tipos humanos abiertos en canal con precisión casi quirúrgica y como ejercicio sólo accesible a quien en este caso, no tanto de buen grado como por fuerza ha hipertrofiado su capacidad de observación e interpretación a causa de su impedimento para oír. La pintura al fresco de la Barcelona de la transición, ejecutada con vigorosos trazos de unos jóvenes, rebeldes con causa curtidos en la acción callejera, tan contrarios al franquismo como ajenos a los acomodados conspiradores de café, copa y puro que ganaban batallas de opereta desde el sofá. Si puediéramos preguntar al inquieto activista Héctor de la Prada, respondería con desdén. los de la gauche divine y similares nunca fueron uno de los nuestros . La profunda devastación interior del hombre hecho a sí mismo, peldaño a peldaño, que literalmente devorado por el crimen y, también, el sarcasmo, en defensa propia, último recurso del médico del hospital que trata, a diario y de tú a tú, a la muerte. son piezas narrativas, individualmente, sólo aptas para estómagos emocionalmente fuertes. Un dichoso contrapunto, en el inesperado epílogo de Una rubia muy cordial, nos recuerda que los conflictos de cada sujeto se resuelven en un juego de ruleta y con una fortuna muy desigual.