Sin duda las calles, plazas y puertas de Sevilla la hacen más rica. A veces, le conceden aires de señorío, elegancia, y grandeza, y otras en cambio, la envuelven en un aura de embrujo, misterio y silencio, en la que también, es fácil caer preso. Calles y plazas de fachadas altaneras, que acompasan nuestra mirada hacia un horizonte de magníficas perspectivas, junto a callejones, de requiebros y revueltas, que inalterables a los siglos, siguen surcando el viejo caserío. Y puertas. Puertas, que como todo en esta ciudad, son de dos naturalezas. Por un lado, las puertas de los hombres, aquellas que un día vieron la entrada de San Fernando o Felipe II, y de las que ya, hoy solo queda el nombre para perpetuar el recuerdo. Y por el otro, las puertas de los cielos, aquellos campanarios y espadañas, que un día fueron erigidos como verdaderos arcos, a la espera de una victoria distinta: no pasada, sino futura; no terrestre sino divina.
Así, como sus puertas, podemos decir que en cierto modo, Sevilla tiene siempre dos almas, una mística y otra mundana, dos almas que quedan recogidas en este libro, una obra imprescindible de la literatura sevillana.
