En 1988, Estados Unidos vivía el último año del gobierno de Ronald Reagan, que se había caracterizado por una profundización en las políticas conservadoras y por una mayor influencia de la derecha fundamentalista cristiana. Durante su mandato, la industria cultural también había sucumbido a estas dinámicas mediante un mayor y más sistemático ejercicio de la censura artística. La música rock fue el blanco preferido de los ataques de los sectores conservadores del país.