La relación que traza Pasolini con el sol y el desierto ?con la luz y el sol del desierto? no debe concebirse únicamente en un sentido físico, sino en la dimensión de un destino antropológico y de orden moral. Queda allí sugerida la ruta ?peligrosa, impetuosa, incluso abrasadora? de la regeneración. Pero, para ello, hay que aprender a amar el desierto. Estar dispuestos a asumir la propia destrucción. Tal vez sea necesario estar solo, rodear por el desierto, para poder alcanzar el sentido más alto, o simplemente algún sentido. A menudo, el relato de Pasolini se sustenta en este contradictorio principio de partida: el desierto como lugar esencial ?primero y último? de la historia, pese a su manifiesta incapacidad de sostener lo humano, de que lo humano se pueda sostener en él, abandonado como está al mortal influjo de una muy fuerte luz. Una luz que puede ser salvífica, o letal. Es decir: el desierto como lugar por antonomasia en el que se concentra un destino. El desierto, también, como foco en el que se convoca y condensará la vida más ardiente. Por su parte, los apuntes fílmicos de Pasolini, que aquí
ALBERTO RUIZ DE SAMANIEGO es profesor de Estética y Teoría de las artes de la universidad de Vigo. Ha sido director de la Fundación Luis Seoane de La Coruña. Crítico cultural y comisario de exposiciones, ha publicado los libros Maurice Blanchot: una estética de lo neutro (2001), La inflexión postmoderna: los márgenes de la modernidad (2004), Belleza de otro mundo. Apuntes sobre algunas poéticas del inmovilismo (2005), Ser y no ser. Figuras en el dominio de lo espectral (2013), Negro teatro de Jorge Molder (2015), Alegrías de Nada (2018) y, en esta misma editorial, Las horas bellas. Escritos sobre cine (2015) y Cuerpos a la deriva (2017). Es también co-director del film Pessoa/Lisboa (2016).