En la soñolienta ciudad de Santa Ana, existe una expresíón muy curiosa: hijo de casa Se llama así al huérfano abandonado en la callé y que una familia adopta, sin trámites legales, para hacer el bien y de paso aprovechar la mano de obra gratuita en las tareas de casa o del campo. El hijo de casa debe ser fiel y agradecido hasta la eternidad. Y lo son todos, menos uno, que decide exterminar a su familia adoptiva. ¿Por qué lo hace? ¿Qué mecanismos secretos están detrás de este gesto absoluto y estúpido? ¿Por qué los asesinos salvan de la masacre a quien los va a acusar y hundir? Son las preguntas que se hacen todos los comensales del café del mercado, en donde se mata el tiempo diseccionando la vida de los demás. Y son las mismas preguntas que trata de responder el doctor Abelardo Zamora, médico forense de la ciudad, hombre lúcido y desencantado, que llegará a desenredar el misterio con una sorpresiva intuición, revelada en las últimas páginas de la novela. Un grupo de imbéciles que apagan su idiotez con la horca, otro grupo, el de lemibles personas normales que se ahogan en la banidad, un anciano que oculta su falta de inteligencia con una sórdida intransigencia religiosa, un comisario sarcastico y una nina sagaz, un boxeador desafortunado y su novia indefensa, forman el cuadro que rodea al doctor Zamora, en una sólida novela de apasionante lectura.