ALDAI, KOLDO
Tierra se la palpa con ternura, se la acaricia, se la canta... Sólo escribimos a la vuelta de ese amor, de esa unión que nos colma. Primero fue el paseo, el éxtasis, después el teclado. Primero los ojos nublados, mojados ante tanta belleza, después las notas en el cuaderno. Hemos ido por las montañas reuniendo nuestras miradas, nuestras caricias, nuestras llamadas de auxilio en favor de la Tierra. Hemos ido por los acantilados persiguiéndonos a nosotros mismos en unión con la Tierra que es nuestra Madre. Miramos para atrás y recopilamos las notas dedicadas a la Madre, Amalurra, que a todos nos nutre y nos sostiene.
La ecología reverente, espiritual, es una forma de acercarnos a la Vida, una expresión del alma desde el epicentro de la Creación. Amamos realmente a la Tierra cuando la elevamos a la condición de Madre. Nuestra defensa de la vida en todas sus formas y manifestaciones, cobra fuerza, cuando tomamos conciencia de que esa defensa es un vital y espontáneo reclamo del alma. El alma se une a otras almas en su definitiva voluntad de ser uno con la Madre, de acompañarla, de hollar juntos un mismo futuro.
La ecología no es un movimiento, no es una consigna, un campo de reivindicación, es, más allá de todo ello, un pálpito del espíritu, un sentido canto de alabanza. El libro que tienes entre manos pretende recoger algo de esa arraigada melodía, de ese compromiso cada vez más firme. Ojalá entre los cartones del volumen, algo del profundo amor que nos suscita esta maravillosa Creación, cuya belleza nos desborda; esta Madre Naturaleza, Amalurra, que por doquier nos fascina, envuelve y alimenta. Ojalá la lectura de "Alma, Tierra y Compromiso" sirva para unirnos un poco más en ese amor, en ese pálpito cada vez más universalizados.
Nací junto al mar, pero vivo en el bosque, al borde del encinar de las bellotas dulces (arte-goxo). Aún corro cuando las olas me llaman, pero ya no he de acariciar todas las tardes la barandilla de la Kontxa. Enraizó mi musgo, pero sonrío al viento cuando me trae gotas de agua salada. Al callar las hojas, escucho el susurro de la cascada del Urederra. Me recuerda que todo pasa, que nuestro Nacedero interior puede comenzar a brotar agua pura en cada instante. Las encinas abrazan con sus ramas mi casa de madera. Al igual que ellas, intento también llover frutos dulces sobre la tierra. La Creación me ha dado de todo y es obligada la correspondencia. De vez en cuando bajo al mundo y junto con mis herman@s conspiro por la Aurora. Me siento junto a la ventana e intento difundir confianza una y otra vez renovada. Me pongo a la pantalla y trato de anunciar buena nueva, la noticia siempre ilusionada de que la Vida en la carne, en la materia es una maravillosa aventura y que es preciso apurarla creciendo, amando y entregando.