El tema de Saña está en su título, una exploración en torno a ese sentimiento, más allá del rencor, del odio, de la inquina. Encarnizarse es cebarse en la carnicería, como hace el perro cuando degüella alguna res. Y el que en algún negocio se muestra cruel y no quiere aflojar en perseguir y acosar al que quiere mal, decimos estar encarnizado. y no con menos propiedad se dice del que está cebándose en el vicio de la deshonestidad. Saña consta de textos aparentemente aislados. aunque cada uno valga por sí mismo y sea autosuficiente, el hilo narrativo va anudándose a medida que la lectura se prosigue. Varios temas se entrecruzan y algunas historias como las de los pintores Bacon y Spencer, las andanzas de Rimbaud o la del músico Scarlatti se van desarrollando en fragmentos discontinuos y diacrónicos. otras se ocupan de cosas diversas cuya relación, aparentemente microscópica, se ha ido tejiendo cuidadosamente. Una de las preocupaciones fundamentales del texto sería delimitar lo indelimitable, aquello que separa la santidad de la impureza, lo sucio de lo limpio, la mutilación de lo íntegro. Para ello, el lenguaje se quiere preciso, tajante, ensañado, carnicero: trabaja con asociaciones inusuales y cada fragmento es a la vez literal, metafórico y parabólico. ¿Sería posible pensar que, al terminar la lectura, el libro se transforme en una sola y gigantesca metáfora construida de forma sostenida pero imperceptible?
es escritora y viajera. Ha escrito más de veinticinco libros de ensayo y narrativa, entre los que destacan Las genealogías (1981), Síndrome de naufragios (1984), Sor Juana Inés de la Cruz: Saberes y placeres (1995), El rastro (2002) y Saña (2008). Recibió la beca de la Fundación Guggenheim en 1996 y dos años después, en 1998, la Rockefeller. Entre los múltiples galardones por su trayectoria se encuentran el Premio Nacional en Ciencias y Artes 2004 y el Premio FIL 2010.