FLORES D´ARCAIS, PAOLO
i Hoy en día nos encontramos en esta situación: o impulsamos la democracia hasta tomar en serio sus principios, o nos preparamos pa. ra perderla. Porque hoy, la democracia está herida. La política el espacio público se ha convertido en una cosa privada. La escena la ocupa ya una clase política única, unida por intereses corporativos comunes y predominantes, que triunfan sobre las diferencias ideológicas y programáticas. Ya no quedan ciudadanos que deciden (mediante un diputado), sino súbditos que consienten decisiones cada vez más extrañas: literalmente alienadas. El político de oficio se ha emancipado completamente del propio elector: el instrumento se constituye en sujeto, lo sustituye. La democracia representativa es necesariamente una democracia de partidos. sin embargó, el monopolio de los partidos sobre la vida pública elimina la democracia representativa, la convierte en un simulacro. Ante este panorama, cabe preguntarse: ¿Es posible trazar una línea de resistencia a la degeneración de la política? ¿Cómo exorcizar la tentación del absentismo? ¿Cómo detener la deriva suicida de la apatía? ¿Cómo inmunizar contra la indiferencia? ¿Con qué anticuerpos? ¿Cómo acercar, en definitiva, la política al ciudadano? El túnel por el que hoy en día está obligada a caminar la democracia representativa no es, sin embargo, un callejón sin salida, por lo menos no de forma fatalista. En los meandros del organismo social circulan suficientes energías para poder salir del túnel: hacia el horizonte de una representación abierta. Para conseguirlo, es imprescindible restituirle al ciudadano soberanía y poder, es decir, garantizarle la decisión sobre la cosa pública. De la democracia formal hemos pasado a la democracia falsa (aunque en apariencia los mecanismos y las instituciones siguen siendo las mismos). Ahora se trata de pasar de la democracia falsa a la democracia formal, es decir, de reinventar los mecanismos de la delegación secuestrados por la partitocracia, pisoteados por la política espectáculo, frustrados por los populismos, institucionalizando mecanismos que desbaraten nuevos alejamientos de la libertad.