«Por hablar con propiedad, el saber de la conciencia prereflexiva de sí, él, ¿sabe? Conciencia confusa, conciencia implícita que precede a toda intención o de regreso de toda intención, ella no es un acto, sino pura pasividad. No solamente en virtud de su sersinhaberelegidoser o en virtud de su caída en un enredo de posibilidades ya realizadas antes de cualquier asunción, como en la Geworfenheit heideggeriana. «Conciencia» que, más que significar un saber de sí, es una borradura o discreción de la presencia. Mala conciencia: sin intenciones, sin miras, sin la máscara protectora del personaje contemplándose en el espejo del mundo, tranquilo y de pose. Sin nombre, sin situación, sin títulos. Presencia que teme la presencia, desnuda de cualquier atributo. Desnudez que no es la del desvelamiento o del descubrimiento de la verdad. En su no intencionalidad, más acá de todo querer, antes de toda falta, en su identificación no intencional, la identidad retrocede ante su afirmación, ante lo que el retorno a sí puede suponer de insistencia. Mala conciencia o timidez: sin culpabilidad acusada y responsable de su presencia. Reserva del no dotado, del injustificado, del «extraño sobre la tierra», según la expresión del salmista, del sin patria, del sin domicilio que no se atreve a entrar.» Emmanuel Levinas