...]Cuando volví a mi cuarto, mediado agosto, la mansa palomica había elevado el vuelo al hondón del espíritu. Un cielo desplegado, la más profunda sima de peñas lacerantes. Era la edad propicia de la desposesión. Desnudez de las carnes, penitencia severa, púas que desangraban los deseos. Se oscurecía el aire al respirarlo, sólo un punto de luz. Teresa se allegaba hasta las lindes de lejanos castillos mientras Juan descendía hacia la noche más triste, el ánimo y la casa ya en sosiego. Y e1 austro fecundaba desde dentro las flores. La prosa tosca y ágil se transformaba en verso que acaricia, de la pluma al puchero, en tanto que la amada transfigurándose iba en el amado: «. ..las montañas, / los valles rumorosos, las praderas, / las aguas plateadas...» (carta XILV). Pasó un arrobamiento, pasó la eternidad...]