LINDGREN, ASTRID
Pippilotta Delicatessa Windowshade Mackrelmint nació, con nueve años, en 1945. Huérfana de madre e hija del capitán de barco Efraín Calzaslargas, que fue el rey de los mares y hoy es el rey de los caníbales, Pippi es su hipocorístico. Pippilotta, según el rey, era un nombre demasiado largo.
Si hubiera crecido, la habrían tachado de disfuncional, pero eso la trae sin cuidado. Por ahora, podemos llamarla anarcoinfantil.
Y es que mientras que su padre recorre el mundo, ella vive sola, o, más exactamente, vive con un caballo, un mono, y ningún adulto a la vista, cosa que le otorga muchísima libertad. Ni siquiera tiene que ir al colegio, aunque alguna vez se persone por allí. Imaginativa (que nunca demasiado mentirosa), valiente (que no lianta, incivil o temeraria), incorruptible y leal, pero no siempre ecuánime, por fortuna Pippi es más fuerte que cualquier policía o bandido del mundo. Y, aunque tiene una pistola y una espada, suele administrar justicia con las mano. Porque siempre hay gente mala rondando por ahí, pero Pippi, a sus nueve años, va sobreviviéndoles a todos.
Astrid Lindgren nació en Näs, una granja de color rojo muy cerca de Vimmerby, en Suecia, el 14 de noviembre de 1907. Es una de las escritoras de libros para niños más leídas del mundo y ha sido traducida a 107 idiomas. Siempre estuvo del lado de la infancia, ese lugar que nunca quiso abandonar. A los niños les dio el poder de ser independientes y ellos siempre estuvieron de su parte. Durante toda su vida se opuso a la injusticia y se convirtió en una de las más importantes creadoras de opinión. Con 68 años escribió un artículo para el diario sueco Expressen, titulado Pomperipossa en Monismania, denunciando el sistema de impuestos sueco; la consecuencia fue la reforma de la legislación fiscal y la caída del gobierno de ese momento. Gracias a ella se promulgaron leyes como la que se aprobó en 1988 contra el maltrato animal, conocida como «Ley Lindgren» en su honor, o la de 1979 contra la violencia infantil, que nace de su discurso «¡Violencia, jamás!». Astrid Lindgren siguió subiéndose a los árboles durante toda su vida y nunca perdió la mirada de niña ni el humor.